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Testimonio del sacerdote César Gil Cantero: desde Coslada a Bolivia

El domingo 3 de marzo de 2024 se celebró la Jornada de Hispanoamérica, día en el que se celebra la especial vinculación misionera que une a las Iglesias de América y España. Con el lema ‘Arriesgan su vida por el Evangelio’ esta jornada recordó a todos los misioneros allí, especialmente a los sacerdotes diocesanos de la Obra para la Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana (OCSHA).

Esta plataforma nació hace 75 años para enviar sacerdotes diocesanos españoles a colaborar con las diócesis hispanoamericanas. Actualmente, son unos 150 los sacerdotes diocesanos españoles que se mantienen como misioneros en América a través de esta plataforma y de su ONG hermana Misión América.

La diócesis de Alcalá de Henares cuenta con un sacerdote de su presbiterio que desde hace años sirve como misionero a la diócesis de El Alto, en Bolivia. A través de esta entrevista, vamos a conocer al P. César Gil Cantero, que con sencillez explica: «Lo que más cuesta y lo que más gusta es lo mismo: sentir que está uno por Jesús haciendo lo que hace, independientemente de los resultados».

P. César, ¿cómo nació su vocación sacerdotal?

Mirando y mirando atrás en el tiempo, que ya han pasado muchos años, creo que lo más fundamental ha sido la fe de la familia. Mis padres no fallaban en asistir a la Misa dominical y hasta nuestra adolescencia allá nos llevaban. Creo que ese fue un terreno bueno, donde fueron cayendo palabras y testimonios que acabaron cuajando con una inquietud al final de mis estudios universitarios.

Ya en el bachillerato, las charlas que nos daban en fechas cercanas la Semana Santa, la invitación de un compañero que ahora también es sacerdote, a asistir a unos ejercicios espirituales… todo eso fue empujando a mantener una fe que me llevó a responder que sí al llamado del sacerdocio.

¿En qué parroquias ha estado desde su ordenación hasta que se fue a Bolivia?

En el tiempo del seminario estaba en alguna parroquia de Madrid. Recuerdo muy especialmente la que más tiempo estuve: Nuestra Señora de la Montaña, en Moratalaz, donde tenía la comunidad del seminario. Pero ya luego en el tiempo de pastoral hacia el diaconado y el sacerdocio, estuve en la parroquia de San Diego en Alcalá de Henares, con Ángel Domínguez, muy benemérito sacerdote con marcado carisma de la Pastoral Obrera y especializada de Acción Católica. En esa pequeña y muy querida parroquia, de tantos años de barrio, celebré mi primera Misa.

Recién ordenado, ayudé en Algete y alguna otra parroquia de aquel arciprestazgo. Y, casi de casualidad, Mons. Manuel Ureña -que nos ordenó a los primeros de la diócesis (Juan Carlos Merino, ahora vicario del clero en Madrid; y Pablo Seco, misionero del IEME en Japón)- me mandó a San Cipriano, en Cobeña. Recuerdo que estaba ya mi destino a Estremera firmado, pero la edad de don Bernardo hizo que, en la fiesta de Cobeña, don Manuel Ureña decidiera allí mismo que me quedara en Cobeña.

De allí, creo que Jesús Roquero, que en paz descanse, hizo que pasase a la parroquia de la Santa Cruz, en Coslada. Dios le tenga en la gloria, siempre activo y misionero Jesús Roquero. De esa parroquia de Coslada salí, con el visto bueno de don Manuel Ureña, hacia Bolivia. Su sucesor, Mons. Jesús Catalá, mantuvo el visto bueno.

Al volver tres años después a España, por razones familiares, estuve ayudando en la parroquia de San Pedro y San Pablo, en Coslada, con don Arturo López Nuche, de feliz de recuerdo, y al que Dios también tenga en su gloria. Y de ahí pedí en comisión de servicios pasar a alguna parroquia de la archidiócesis de Madrid y así atender a mi madre, entonces ya viuda. Desde esa parroquia, y con la bendición de Mons. Juan Antonio Reig Pla, volví a Bolivia.

Usted es sacerdote de la Diócesis de Alcalá, ¿cómo termina en la diócesis de El Alto, en Bolivia?

Esa es una historia también entre curiosa y divertida. En resumen, con un buen amigo, Paco Bugedo, y un mapa delante, estábamos viendo de entre las muchas peticiones que llegaban a Misiones de la Conferencia Episcopal Española, y elegimos Bolivia: realmente fue casi poner un dedo en el mapa…

Primero intentamos la diócesis de Corocoro, pero las dificultades de comunicación y las diferencias de hora no lo facilitaron para poder hablar. Hasta que en una primera conversación con la secretaria del obispo de allí (ahora cardenal Toribio Ticona) me aconsejaron ponerme en contacto con un obispo español nacido en Murcia, Mons. Jesús Juárez Párraga, entonces en la diócesis de El Alto. Así fue que acabé aquí.

¿Cómo es la misión que se le ha encomendado en Bolivia?

Tanto el obispo primero con el que estuve, Mons. Jesús Juárez, como después Mons. Eugenio Scarpellini (que en paz descanse, falleció de COVID), y actualmente Mons. Giovani Arana, cuidan a los sacerdotes extranjeros. Y si venimos solos, no nos envían tan pronto ni tan fácilmente, al altiplano. Por eso he estado siempre en alguna parroquia de la ciudad de El Alto.

¿Qué actividad desarrolla allí?

La de cualquier parroquia, creo yo, de cualquier lugar del mundo, solo con las particularidades de cada sitio por las que el cuidado pastoral, el primer anuncio, la evangelización a los bautizados, o la nueva evangelización… se mezclan en distintas proporciones.

¿Qué es lo que más le gusta de su vida misiones? ¿Qué es lo que más le cuesta?

Esa pregunta le respondo quizás hoy de una manera, y ayer hubiera sido de otra, y mañana de otra. Quiero decir que a veces influye cualquier circunstancia en la respuesta, pero intentando ser objetivo creo que lo que más cuesta y lo que más gusta es lo mismo: sentir que está uno por Jesús haciendo lo que hace, independientemente de los resultados.

Si quieren concretar más, lo que más cuesta es aceptar el ritmo y las particularidades de donde uno está, la forma de ser y de actuar de las personas, sus limitaciones y particularidades. Y lo que más gusta puede ser el momento en que eso parece que desaparece y se crea la unión en la fe, con amistad y comunión con las personas.

A veces los sacerdotes diocesanos están tan saturados de trabajo, o tan metidos en la misión que tienen aquí, que no se plantean hacer una experiencia misionera… ¿Cree que unos meses, o unos años, en la misión pueden suponer un enriquecimiento, tanto a nivel humano como espiritual, del sacerdote diocesano?

Es claro que sí. Es como una renovación joven de la vocación y de la ordenación. Es común escuchar de nuevo la llamada del Señor.

Quizás volvamos a tenerle entre nosotros dentro de no mucho tiempo… ¿Cómo podemos ayudarle en este tiempo en que todavía permanecerá al servicio de la Iglesia que peregrina en Bolivia?

Ya lo están haciendo desde la delegación de Misiones, sintiéndome acompañado. Como lo es siempre que pueda recibir información de la diócesis de Alcalá. Agradezco el acompañamiento también cuando estuve enfermo y me operaron, con el interés del vicario general entonces, D. Francisco Rodríguez, y del canciller, D. Manuel García.

Pero, como digo, agradezco sobre todo el acompañamiento de vosotros, desde la delegación de Misiones, al P. Arturo y a la Hna. Beatriz. Gracias porque sé que estamos unidos en la oración. Las ayudas económicas que pueda recibir serán siempre bienvenidas. Ojalá pudiéramos hacer más y más por estas capillas y sus comunidades de hermanos católicos, además de ayudas sociales a tantos otros. La gente mía es humilde y muchos con necesidades grandes.


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